La IA está agotando el agua del planeta: ¿lo sabías?

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En la era digital, cada clic cuenta. Lo que parece una acción inofensiva—buscar algo en Google, enviar un WhatsApp, ver una serie en Netflix o consultar a tu IA favorita—oculta un coste ambiental alarmante: millones de litros de agua dulce usados diariamente para enfriar los centros de datos que hacen funcionar la vida moderna.

Lo que hasta hace poco era un detalle técnico relegado a los ingenieros, hoy se ha convertido en una amenaza ecológica global. La revolución de la inteligencia artificial no solo está transformando industrias, también está evaporando recursos hídricos esenciales.

¿Qué hay detrás del zumbido silencioso de los servidores?

Los centros de datos son el corazón oculto de internet. Enormes complejos industriales con miles de servidores trabajando las 24 horas para almacenar, procesar y transmitir nuestros datos. Sin embargo, esta actividad genera temperaturas altísimas, comparables a múltiples hornos industriales encendidos simultáneamente. Para evitar sobrecalentamientos que podrían destruir equipos multimillonarios, se utilizan sofisticados sistemas de refrigeración.

Tradicionalmente, estos sistemas eran de aire, pero ante la creciente densidad de servidores y la intensidad del trabajo computacional, el agua se ha convertido en la solución más eficiente. El problema: el agua necesaria es abrumadora. Una instalación de 1 megavatio puede consumir hasta 25.5 millones de litros al año, lo equivalente al consumo diario de más de 300,000 personas.

La inteligencia artificial, insaciable en datos… y en agua

La irrupción de modelos como ChatGPT o Gemini ha disparado el consumo energético y térmico en los centros de datos. Según el World Economic Forum, cada 10 a 50 prompts generados por modelos de IA como GPT-3 implican la evaporación de aproximadamente medio litro de agua. Si multiplicamos este dato por los miles de millones de interacciones diarias, el impacto se vuelve insostenible.

De hecho, se estima que para 2027 el uso de agua solo para enfriar centros de datos dedicados a IA superará los 1.7 billones de galones, lo que equivale a entre cuatro y seis veces el consumo anual de toda Dinamarca.

Conflictos globales: comunidades enfrentadas al progreso digital

Los centros de datos necesitan estar cerca de redes eléctricas estables, áreas seguras y acceso abundante a agua potable. Por eso, muchos se han construido en regiones ya afectadas por sequías o estrés hídrico.

  • En Uruguay, la planificación de un centro hiperescalar en 2023 desató protestas masivas ante el riesgo de empeorar el acceso a agua potable.
  • En Holanda, activistas impidieron la expansión de centros de datos en zonas agrícolas.
  • En Chile, regiones con alto valor agrícola alertan sobre la competencia entre riego y refrigeración tecnológica.

La preocupación no es solo ambiental; también es social y económica. La instalación de centros de datos puede disparar el precio del agua, reducir su disponibilidad para la población y sacrificar actividades fundamentales como la agricultura o la ganadería.

El problema de la transparencia: ¿cuánta agua usan realmente?

Una de las mayores críticas al sector tecnológico es la falta de medición precisa. Menos de un tercio de los operadores reportan el consumo real de agua. Además, el indicador Water Usage Effectiveness (WUE) solo considera el uso directo en el centro de datos, ignorando el consumo indirecto, como el utilizado para generar electricidad mediante procesos hídricos intensivos.

Las cifras oficiales, por tanto, están subestimadas. Microsoft reportó el uso de 6.4 millones de metros cúbicos de agua en 2024—un aumento del 34% respecto al año anterior. Amazon Web Services (AWS) opera con una WUE de 0.19 litros por kilovatio-hora, mientras Google declara más de 760 millones de litros al año en sus centros más grandes.

Innovaciones y compromisos: ¿hay esperanza?

Algunos gigantes tecnológicos están tomando cartas en el asunto. Entre sus estrategias destacan:

  • Uso de aguas pluviales y no potables. Google ya emplea agua reciclada en más del 25% de sus instalaciones.
  • Enfriamiento de circuito cerrado. Microsoft ha desarrollado sistemas adiabáticos que usan aire externo por debajo de 29.4°C, reduciendo hasta en 95% el uso de agua en refrigeración.
  • Proyectos de reposición hídrica. AWS afirma que está devolviendo hasta 3.9 mil millones de litros al año a través de proyectos ecológicos.
  • Refrigeración líquida directa. Una alternativa más eficiente que el aire, con menores pérdidas por evaporación.

La industria también explora la desalinización, el uso de aguas residuales tratadas y tecnologías avanzadas de condensación para mitigar la dependencia de agua potable.

¿Y los consumidores? El coste invisible de la comodidad

La paradoja es brutal: el acceso a contenidos digitales es más fácil que nunca, pero a costa de recursos naturales escasos. Los usuarios rara vez son conscientes de que cada búsqueda, cada archivo en la nube, cada recomendación de IA está dejando una huella hídrica.

Mientras que las emisiones de carbono se han convertido en un estándar de análisis ambiental, la «huella hídrica digital» es aún una gran desconocida. No hay etiquetas ni avisos para saber cuánta agua cuesta ver una película en streaming o guardar una foto en Google Drive. ¿Debería haberlos?

El futuro: sostenibilidad o sacrificio

Si la industria tecnológica no innova rápidamente, el conflicto entre desarrollo digital y sostenibilidad ambiental se volverá ineludible. La presión pública aumenta. Las legislaciones están comenzando a exigir transparencia. Y los consumidores, cada vez más sensibilizados, podrían comenzar a exigir servicios con menor coste ambiental.

El reto es monumental, pero no imposible. Invertir en eficiencia hídrica, crear estándares globales de medición, impulsar la economía circular y fomentar alianzas entre gobiernos, empresas y ciudadanos son claves para un futuro donde el progreso digital no implique comprometer el acceso a agua de millones.

¿De qué sirve la inteligencia si no es sostenible?

La nube y la IA nos han abierto puertas impensables: diagnósticos médicos más precisos, gestión energética inteligente, predicción meteorológica avanzada… Pero si estas herramientas contribuyen a agotar uno de los recursos más esenciales de la humanidad, ¿no deberíamos repensar sus fundamentos?

Es momento de ver la nube como un recurso con costes, no solo económicos, sino también ecológicos. Porque al final del día, una vida hiperconectada sin agua no es una vida sostenible.

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